viernes, 24 de mayo de 2019

No, no era el sol...









No, no era el sol lo que me impedía ver.
Eran, más bien, tus ojos henchidos de resplandor.








Ángel Mora de las Heras

Escritos en el mar





Aquella tarde, casi cautiva, te esperé más temprano que nunca. Permanecí en silencio, estoico, bajo aquellas huellas del silencio. Pasaron minutos, horas...Pasó un largo suspirar. Y tú, mi amada mía, no me hiciste preguntas, no me reprochaste tanta presteza.

Bajo un manto de barrones pajizos cultivé la esperanza. La ilusión de que aquella espera merecía ser recordada. De que aquella tarde del mes de abril ondearía, apresurado, un viento, un soplo de dignidad.

Y en esa connivencia, de ideas y sentimientos, aprendí, sentí, esa cohabitación. Ese delicado hilo entre el existir y el olvidado tránsito.

Aquella tarde, también, me acordé de aquellos interminables paseos sobre despeinadas y cálidas dunas. De esas dunas semiáridas que invitaban a la quietud y al afecto más sutil.

Hoy, de nuevo, me he acercado hasta la orilla del mar. Quería volver a ver nuestros escritos sobre la arena. Pero nuestros escritos ya no estaban. Fueron borrados, ignorados por sus aguas.

Solo en la calma del silencio me di cuenta de lo vaporoso de ese instante. De ese volátil instante donde sellamos imposibles.






Ángel Mora de las Heras