viernes, 27 de marzo de 2020

Restaurar la cordura









Ahora las jaulas albergan
en su interior rostros humanos.
El mortal firma un armisticio
en las calles, las plazas,
los parques, las playas,
los campos y los bosques.
Recobramos los sentidos.

Hay una tregua de ruidos
sobre esta urbe de asfalto.
Empiezo a sentir una espera,
una llamada, una pausa.
Recobramos los sentidos.

La farsa de las prisas,
el vértigo del desencuentro.
Un arce, con sus incipientes hojas,
no entiende estas cadencias.
Las palomas y las gaviotas
versan sobre el pétreo pretil.
Recobramos los sentidos.

Queda suspendida la cacería,
el indigno estoque,
la vileza de la celada.
Quedan en suspenso
los infaustos vítores.
Recobramos los sentidos.

Las estridencias quedan rezagadas.
Por fin escucho los trinos,
el parsimonioso aleteo
de los duendes del aire.
Se restaura la cordura.






Ángel Mora de las Heras



sábado, 21 de marzo de 2020

Deseos vetados






Hoy me gustaría palpar,
acariciar una sonrisa.
Besar los poros vedados
por esta silente cuarentena.
Abrazar los olmos,
los alisos, los álamos...
Abrazar todo el paisaje.
Volver a sentir esas
manos colmadas de amistad.
Hoy me gustaría desplegar
mis alas —ya libres—
para volver a soñar.



Ángel Mora de las Heras

jueves, 19 de marzo de 2020

Las vistas son las que son





Si al menos tuviera la visión
de enigmáticas gárgolas
y de pétreas efigies.
Si al menos tuviera el susurro
del aura solitaria del bosque.
Si al menos tuviera la exhalación
del espliego colmando estos días.
Si al menos tuviera olvidada
la nostalgia del recuerdo.

Pero la verdad es que estoy aquí,
enclaustrado entre sórdidos edificios,
con esta intempestiva postal.

Solo diviso un viejo pino.
Él no está solo: lo habitan
urracas, gorriones y palomas.
De vez en cuando se asoman
herrerillos y carboneros.
Y la estampa, de grises y negros,
da paso a una paleta de color.
¡Qué gratitud de sonidos
albergan sus amistosas ramas!

Ahora, cuando cae la tarde,
ya puedo cerrar mis ventanas.
Una nueva instantánea
ahonda mis sentidos.
Las vistas son las que son.



Ángel Mora de las Heras

martes, 17 de marzo de 2020

En cuarentena




Las palomas y los simpáticos gorriones andan estos días desorientados. Ya no fijan sus miradas sobre los clientes de las terrazas. Los bares han bajado sus persianas y ha desaparecido la algarabía de sus inquilinos. Las palomas, ajenas a este escenario fantasmal, alzan el vuelo en busca del cobijo de techumbres, amigables pinos o de pétreas gárgolas.

Ahora las calles transmiten silencios inauditos. Las pocas personas que las transitan se saludan tímidamente y mantienen una celosa distancia. No es tiempo de abrazos. Tampoco es tiempo de enamorarse ni de aplacar el deseo con unos labios. Son tiempos de aislamiento y de serena reflexión.

El aire, ahora más puro y límpido, nos invita al placer de soñar con nuevos ámbitos. Apenas se oyen ruidos, ni se ven atascos en la gran ciudad. Las calles están desérticas de pisadas y tertulias humanas. Las playas lucen sus orillas con una solemne soledad. También hay cuarentena para teatros, cines, bares y cafés.

Nos queda, eso sí, el regocijo de la lectura, de la música y de esas charlas olvidadas de otros tiempos. Nos queda la imaginación para escribir nuevos poemas o de intentar pintar el cuadro de estos nuevos escenarios.

Las palomas y los gorriones nos piden calma, sosiego, prudencia, coraje y fortaleza. Quieren, al igual que nosotros, volver lo antes posible a llenar las plazas, los románticos jardines y las entrañables y concurridas terrazas. Y hasta la luna, generosa y solidaria, nos tiene preparado un deseo: todo un cielo cargado de esperanza.


Ángel Mora de las Heras  

jueves, 12 de marzo de 2020

Una tarde en el parque



La tarde se tornó tórrida en el parque. Los árboles daban un ligero respiro ante la asfixiante canícula. Primero bebió aquel gato negro, con andares de pausa y agotamiento, después se acercó hasta la fuente la urraca ladina con cierto sigilo y, por último, el pequeño pardal asustadizo. La siesta se antojaba sofocante. La pequeña fontana, sobre el viejo olmo, por fin descansaba su serena generosidad.




Ángel Mora de las Heras